El turismo y la deslocalización interior: ¿renovación o expansión?
En el mundo del turismo, existe una tendencia recurrente que parece repetirse en numerosos destinos: cuando un núcleo turístico pierde su atractivo o se vuelve obsoleto, en lugar de apostar por su modernización y revitalización, se opta por explorar nuevos territorios. Este fenómeno, que podríamos llamar «deslocalización interior», no solo implica la ocupación de más espacio y el consumo de mayores recursos, sino que también plantea serias preguntas sobre la sostenibilidad y la gestión responsable del turismo.
El ciclo de los destinos turísticos
Históricamente, muchos destinos turísticos han experimentado un ciclo similar: nacen como lugares prometedores, crecen rápidamente gracias a las inversiones y la afluencia de visitantes, alcanzan su punto máximo y, finalmente, entran en declive cuando dejan de ser competitivos. En lugar de invertir en la renovación de estas zonas, el sector turístico suele buscar nuevos espacios vírgenes o menos explotados, donde pueda replicar el modelo inicial.
Este enfoque, aunque rentable a corto plazo, tiene consecuencias a largo plazo. Por un lado, contribuye a la degradación de áreas que alguna vez fueron prósperas, generando problemas económicos y sociales en las comunidades locales. Por otro, fomenta la expansión descontrolada del turismo, ocupando más territorio y consumiendo recursos naturales que podrían preservarse.
El caso de los destinos maduros
Tomemos como ejemplo un destino turístico maduro que, tras décadas de éxito, comienza a mostrar signos de agotamiento. Sus infraestructuras envejecen, la oferta se estanca y los turistas buscan alternativas más modernas y atractivas. En lugar de modernizar y reinventar este núcleo, las inversiones se desvían hacia nuevas zonas, donde se construyen hoteles de lujo, marinas exclusivas y complejos turísticos de última generación.
Mientras tanto, el destino original se enfrenta a un deterioro progresivo: los comercios cierran, el empleo se precariza y la comunidad local sufre las consecuencias de un modelo turístico que la ha dejado atrás. Este fenómeno no solo es injusto para quienes dependen económicamente del turismo, sino que también representa un desperdicio de infraestructuras y recursos ya existentes.
¿Renovación o expansión?
La pregunta que surge es clara: ¿por qué no invertir en la modernización de los destinos obsoletos en lugar de expandirse hacia nuevos territorios? La respuesta no es sencilla, ya que implica desafíos como la coordinación entre administraciones públicas y el sector privado, la necesidad de grandes inversiones y la dificultad de cambiar la percepción de un destino que ha perdido su atractivo.
Sin embargo, los beneficios de la renovación son innegables. Modernizar un núcleo turístico existente permite aprovechar infraestructuras ya construidas, reducir el impacto ambiental y revitalizar comunidades locales. Además, puede ser una oportunidad para reinventar el destino, adaptándolo a las nuevas demandas de los turistas, como la sostenibilidad, la autenticidad y las experiencias personalizadas.
Hacia un turismo más sostenible
El turismo no tiene por qué ser un juego de suma cero, donde el éxito de un nuevo destino implica el fracaso de otro. En lugar de seguir expandiéndose de manera indefinida, el sector debe apostar por un modelo más sostenible y responsable, que combine la modernización de los destinos maduros con la gestión cuidadosa de los nuevos desarrollos.
Esto requiere una visión a largo plazo, una planificación estratégica y un compromiso firme con la sostenibilidad. Solo así podremos garantizar que el turismo siga siendo una fuente de riqueza y oportunidades, sin dejar atrás a las comunidades que lo hicieron posible.
En definitiva, la deslocalización interior no es una solución, sino un síntoma de un problema mayor. Es hora de repensar cómo gestionamos nuestros destinos turísticos y de apostar por un futuro donde la renovación prime sobre la expansión descontrolada. El turismo del mañana depende de las decisiones que tomemos hoy.